24 de marzo de 2009

Mi familia es la humanidad

Columna publicada en el diario “La Prensa” el viernes 16 de enero de 2009

Por Francisco Javier Lagunes Gaitán *

Todos necesitamos un lugar de amor incondicional, de respeto, de aceptación que nos permita identificarnos, una serie de relaciones que nos digan a nosotros y al mundo quiénes somos. Estos lugares y estas relaciones que nos definen es lo que llamamos 'familias'. La familia, como todas las formas de organización social, evoluciona y se transforma a lo largo del tiempo.

En el Imperio Romano, la familia la constituía el conjunto de bienes y personas bajo la autoridad y tutela del Padre de Familia. Por esta razón una de las palabras que se usan para etiquetar a las servidoras domésticas es 'fámula'. El conjunto de los bienes de el Padre de Familia romano se llama el 'Patrimonio' y las unión legítima del Padre de Familia con una esposa reconocida socialmente (aparte de las concubinas) se llama 'Matrimonio' [la ocupación de la mater].

El matrimonio es uno de los ejes que tradicionalmente han definido a las familias. Las relaciones de afinidad (parientes políticos) se derivan de la relación matrimonial entre los clanes y tribus y la función más universal del matrimonio en todas las culturas humanas es la de legitimación de los hijos. Incluso en la sociedad Nuer de África (todavía a principios del siglo XX) se daban los matrimonios entre mujeres, en los que una de las integrantes se embarazaba con la colaboración biológica de algún hombre, pero los hijos eran reconocidos legítimamente como hijos de ese matrimonio del mismo sexo. El matrimonio de personas del mismo sexo no es, pues, ni novedoso, ni moderno.

Los momentos más decisivos de cambio en la historia moderna de la familia son la Reforma protestante del siglo XVI y la Revolución Francesa del siglo XVIII. El matrimonio y la familia va liberándose progresivamente de sus ataduras a conceptos teocráticos definidos por la iglesia impuesta desde el estado, para pasar a definirse en el ámbito del derecho civil, de la voluntad y la libertad de los individuos. El concepto mismo de la infancia como un bien merecedor de la protección pública se formó en la cultura occidental apenas en el siglo XVIII.

Con este panorama en mente contrasta que el reciente Encuentro Mundial de las Familias, convocado por el Papa se haya limitado a machacar una y otra vez declaraciones doctrinarias sin contacto con la realidad plural de las familias de México y el mundo. Según INEGI 20% de los hogares mexicanos son dirigidos por una mujer sola (30% en el DF), cada vez hay más familias creadas sin realizar ninguna forma de matrimonio. La aprobación de la Ley de Sociedad de Convivencia el DF ha contribuido a hacer visibles muchos de los hogares formados por parejas del mismo sexo.

Lo único sorprendente del citado encuentro es que se haya puesto de manifiesto que algunos jerarcas religiosos pretenden no darse por enterados de que vivimos en el siglo XXI y de que los cambios de los últimos 500 años son irreversibles.

* Activista y analista cultural: unitarius@gmail.com Integrante de la Libre Congregación Unitaria de México: www.lcum.blogspot.com

18 de marzo de 2009

¿Acaso ateos y creyentes serían dos especies diferentes?

En su comentario a la entrada “Los cerebros de creyentes y ateos son diferentes”, en el blog “Cyberateos”, Máximo Kinast nos propone un curioso y divertido aforismo:



Yo siempre he sospechado que hay una incompatibilidad entre inteligencia, religión y honestidad. Las tres juntas se dan de patadas.

Es posible ser inteligente y honesto, pero no puede ser religioso.

Es posible ser religioso y honesto, pero no puede ser inteligente.

Es posible ser religioso e inteligente, pero no puede ser honesto.



Es de agradecerse el comentario ingenioso de Máximo, sin embargo, ya fuera de simplificaciones de afán más o menos literario, de verdad espero que declararnos ateos, agnósticos o no-creyentes sirva para algo más que para sentirnos superiores a los demás gratuitamente.



¿No es acaso eso mismo para lo que la religión les sirve a los santurrones que sólo por creer en determinados dogmas y doctrinas se autoproclaman, salvos, perfectos, pueblo elegido, representantes terrenales del bien supremo espiritual, portadores de ínfulas de jueces inapelables de todos los demás, poseedores exclusivos de las 'llaves del reino' y cosas por el estilo?



La inteligencia es un fenómeno complejo y multivariado. De hecho, hay múltiples inteligencias según los principales investigadores del asunto. El caso es que una determinada posición sobre una cuestión dada, por ejemplo, sobre la 'existencia de Dios', no garantiza nada. Se puede ser ateo por buenas y por malas razones, lo mismo creyente. El pensamiento crítico es una habilidad que se conquista penosamente cada día (y se pierde en cualquier pequeño descuido) y que no nos caerá del cielo solamente por sumarnos a determinada posición en un debate.



Una vez escuché una frase ingeniosa como tu aforismo que dice que "el 90% del IQ (coeficiente intelectual) está en la actitud”. ¿Cuánto IQ, de esta clase, se refleja al aceptar acríticamente las definiciones más medievales de 'Dios' y demostrar que no resisten la prueba de la contrastación empírica? ¿Pero es que se necesita tanta 'inteligencia' para autoproclamarse, sin pruebas, como superiores al resto del género humano y como el próximo eslabón evolutivo de los homínidos, solamente por declarar que 'Dios no existe'?



Tal vez tú sólo conozcas a creyentes gregarios, pero por cada 100 mil de esos hay quizás más de un creyente crítico y honesto que encuentra formas de conciliar sus ideas sobre lo profano y lo sagrado, aunque muchas veces no coincidan con los dogmas declarados obligatorios en su tradición de fe. Por ejemplo, cada vez encuentro más creyentes pensantes que dudan sobre, o de plano niegan, la 'existencia de Dios' (pues la simple categoría de 'existencia' es una propiedad de los objetos, y ellos se oponen a objetivizar y cosificar a Dios).



Yo considero que nuestros hechos son más elocuentes que nuestras creencias (o increencias) proclamadas. Dejemos que nuestras vidas prediquen más que nuestras declaraciones inmodestas y autocomplacientes. Hay ateos y creyentes que son, por hablar metafóricamente, bendición para el mundo y para sus vecinos. Y hay ateos y creyentes que son nefastos: pésimos padres o parejas, empresarios depredadores, políticos corruptos y manipuladores, o criminales antisociales peligrosos.



No veo evidencia suficiente en el mundo para apoyar la dicotomía (entre creyentes y no creyentes) como categoría definitiva de clasificación de las personas, que nos proponen los que asumen la posición de Máximo.


Humanistamente,

Francisco Javier Lagunes Gaitán