Por Francisco Javier Lagunes/México (para Libela, año 3, No.8, Boletín Trimestral de la Red Iberoamericana por las Libertades Laicas)
- Nuestra fe individual sin duda puede y debe tener consecuencias sociales
- La religión se demuestra con el testimonio, no con el lavado cerebral proselitista, ni con la imposición de una moral dogmática a toda la sociedad
“Estamos tan condicionados, por la pretensión autoritaria de las religiones institucionalizadas convencionales, que incluso rechazamos sin mucha reflexión las visiones que nos parezcan heterodoxas, o no validadas por la teología hegemónica y las jerarquías eclesiales. Esto no solamente les sucede a los fieles irreflexivos de las comunidades de fe, sino incluso a quienes pretendemos pugnar por la laicidad del Estado”, señaló en entrevista con Libela Francisco Javier Lagunes Gaitán (n.1966), antropólogo mexicano, quien participa en el proyecto de la Libre Congregación Unitaria de México (una denominación occidental postcristiana y pluralista), de la cual es actualmente capellán laico.
¿Qué significan las religiones hoy en día?
Religión, en su sentido etimológico (según Cicerón) es cumplir escrupulosamente con la ley (las obligaciones del culto entraban en el concepto romano de la ley). Religens es precisamente lo contrario de negligens. Es históricamente muy moderno el uso del concepto de ‘religiones’, como cosmovisiones partidistas totalizadoras en contienda. Propongo rescatar una visión más amplia de la religión como aquello que nos orienta sobre cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con los otros y con el universo. En este sentido tu religión es más la que denota cada uno de tus actos, que las creencias piadosas predicadas en una sesión de culto dominical. No es automático que las creencias proclamadas sustenten tus actos cotidianos.
En última instancia, un grupo de fe es una comunidad de adoradores. El sentido de las comunidades de fe es el de ofrecer un hogar espiritual, un espacio para aprender a servir, una comunidad de memoria, celebración y esperanza. Una de las funciones de las comunidades de fe es el discernimiento colectivo sobre la aplicación cotidiana de los principios grupales proclamados.
‘Adoración’ es una palabra muy cargada, suena fácilmente a un culto irreflexivo y fanático, y muchas veces puede serlo. Sin embargo, adoración implica solamente rendir homenaje, honrar o venerar aquello que es sagrado. ¿Por qué causa vale la pena dar la vida?, ¿qué me ayuda a ser mejor persona?, ¿cómo podemos contribuir a traer la justicia y el amor al mundo?, ¿qué valores son capaces de 'convertirnos' en las mejores personas que podemos ser aquí y ahora? La religión conciente es la búsqueda individual y colectiva de respuestas a estas interrogantes. Como la vida examinada, que nos propone Sócrates, los tiempos actuales claman por una fe examinada.
La ciencia no responde preguntas que no son científicas ni tratan de hechos o modelos. La filosofía es una reflexión indispensable, pero es más un campo académico que una labor comunitaria. Las comunidades de fe, como instancias de producción y resignificación de sentidos vitales comunitarios tienen un papel esencial, siempre que logren reconocerse en la pluralidad, mientras se comprometan con el respeto incondicional a la libertad de conciencia. La duda, como expresión de la conciencia libre, no tendría por qué ser un enemigo de la fe, podría más bien ser una de sus más valiosas herramientas, en la perspectiva de una fe reflexiva y examinada.
Dado que el movimiento se demuestra andando, hay una oración de Reinhold Niebuhr (1892-1991) que me parece un excelente planteamiento del sentido actual de la religión:
Nada valioso puede lograrse en el plazo de una vida; por ello debemos orar por la esperanza.
Nada verdadero, bello o bueno adquiere completo sentido en cualquier entorno inmediato de la historia; por ello debemos orar por la fe.
Nada que hagamos, no importa cuán virtuoso, puede lograrse en solitario; por ello debemos orar por el amor.
¿Tenemos, la mayoría de las personas, una visión estrecha de lo que son las religiones y su influencia?
Definir la religión no es una tarea trivial. Dado que cualquier definición de la palabra contiene necesariamente elementos evaluativos, se le considera un ‘concepto esencialmente impugnado’, o 'esencialmente controvertido', de acuerdo con Walter Bryce Gallie (1912-1998), igual que lo son ‘democracia’, ‘arte’, ‘bien’, ‘ideología’, 'poder', etc. Esto significa que no es posible obtener una definición unívoca y universalmente aceptable de ‘religión’. Así pues, la definición del Diccionario de la Real Academia Española no nos es de mucho auxilio, pues solamente reporta los usos más frecuentes, no los sentidos más precisos.
En antropología, es necesario distinguir cuidadosamente entre la explicación que los sujetos se dan a sí mismos de aspectos de sí mismos y de su cultura (aspecto Emic), y la observación cuidadosa del funcionamiento observable de sus interacciones, comunidades y sistemas simbólicos (aspecto Etic). Estamos tan condicionados por la pretensión autoritaria de las religiones institucionalizadas convencionales que incluso rechazamos sin mucha reflexión las visiones que nos parezcan heterodoxas, o no validadas por la teología hegemónica y las jerarquías eclesiales (su autodescripción Emic no tiene por qué ser el único relato posible o útil sobre lo que es la religión). Esto no solamente les sucede a los fieles irreflexivos de las comunidades de fe, sino incluso a quienes pretendemos pugnar por la laicidad del Estado. Al ubicar la autodefinición de sí mismas que nos dan las jerarquías eclesiales como la única posibilidad de conceptuar la religión, inopinadamente caemos en la absoluta dependencia de aquello que pretendíamos enfrentar.
Remitir necesariamente la religión a una definición esencialista decimonónica como la de E. B. Taylor (1832-1917), según la cual la religión sería una “creencia en seres espirituales”, nos llevaría a un entendimiento privado e intelectualista de la religión, del que sólo hay un paso hacia la posición condescendiente del ateo dogmático hacia los presuntos “creyentes en seres espirituales”. ¿Y dónde quedarían el budismo, el taoísmo, el confucianismo, el cristianismo humanista de la “muerte de Dios”, o el humanismo religioso (a lo John Dewey, 1869-1952, o Roy Wood Sellars, 1880-1973) y la Cultura Ética? La religión no es necesariamente el culto a un ser, o seres ‘sobrenaturales’, según el Tao Te Ching “El Tao es anterior a los dioses”.
La definición de E. B. Taylor converge con el relato oficial de los grupos de fe hegemónicos convencionales, dado que postula la adhesión a determinada creencia como clasificador de pertenencia a un colectivo (un claro resabio del idealismo filosófico europeo, con sus proclamaciones de credos y juramentos de lealtad). Émile Durkheim (1858-1917), por el contrario, nos ofrece una comprensión funcional de la religión desde la óptica del comportamiento colectivo, en el contexto de la 'comunidad moral o Iglesia'. En la visión de Wilfred Cantwell Smith (1916-2000) la fe personal (relación personal con lo sagrado) se ve contenida o modelada por la tradición acumulada de las comunidades de fe (rituales, doctrinas, organizaciones).
Va a continuación un relato que espero nos sirva para ilustrar la brecha entre las definiciones de ‘religión’ y la experiencia religiosa (“La función del arte/2”, Eduardo Galeano, El libro de los abrazos):
El pastor Miguel Brun me contó que hace algunos años estuvo con los indios del Chaco paraguayo. Él formaba parte de una misión evangelizadora. Los misioneros visitaron a un cacique que tenía prestigio de muy sabio. El cacique, un gordo quieto y callado, escuchó sin pestañear la propaganda religiosa que le leyeron en lengua de los indios. Cuando la lectura terminó, los misioneros se quedaron esperando.
El cacique se tomó su tiempo. Después, opinó:—Eso rasca. Y rasca mucho, y rasca muy bien.
Y sentenció:
—Pero rasca donde no pica.
¿De qué manera adviertes que pueden coexistir la religión y la laicidad?
Si las comunidades de fe se comprometen profundamente con el respeto a la libertad de conciencia, este compromiso se plasmaría en su apoyo incondicional a la separación Iglesias-Estado y a la laicidad de éste.
Hay experiencias históricas interesantes. La fe jainista, de la India, por su pacifismo consecuente y radical, no ha sido arma opresiva en casi 3 mil años de historia. Miguel Servet (1511-1553) es no sólo el precursor espiritual del movimiento religioso unitario, sino uno de los más notorios promotores de la libertad de pensamiento y expresión de las ideas, fue conducido a la hoguera bajo la teocracia de Juan Calvino (1509-1564), en Ginebra, al negarse a retractarse de su crítica a la Trinidad y al bautismo infantil. En el siglo XVI, el primero y único soberano de un país que abrazó el unitarismo, proclamó el primer edicto de tolerancia religiosa de la Europa moderna (me refiero al Edicto de Torda, de 1568, promulgado por Juan Segismundo de Transilvania).
Si partimos de que las creencias religiosas deben ser una elección individual libre, entenderemos que el uso de fondos públicos para el cumplimiento de fines propios de los grupos de fe es una imposición inaceptable, pues violenta el principio de la libertad de opinión y adscripción religiosa. En principio, el Estado es para todos, las Iglesias son para sus adeptos y simpatizantes.
Pero la idea de ‘Iglesia’ es peligrosa, pues implica en cierto sentido que una comunidad de fe sería para toda la humanidad (espiritual y potencialmente). Por más que en la mayoría de las comunidades de fe parecen considerarse a sí mismas un bien del que el mundo no podría prescindir, deben cuidarse de convencer, más que de vencer en sus posiciones. Su vocación universalizante no puede ser un mero provincialismo imperial autoproclamativo, sino un reconocimiento positivo de la pluralidad de vías dadoras de vida que coexisten en el mundo, un universalismo humilde, abierto a la autocrítica.
Como dice el ministro unitario universalista David Bumbaugh, en referencia al sentido social del testimonio de la comunidad de fe: “La Iglesia está predestinada al fracaso en su lucha por redimir al mundo […] Si nuestra visión es suficientemente amplia, parece inverosímil que cualquiera de nosotros llegue a vivir alguna vez en el mundo que soñamos. Pero no estamos llamados a tener éxito; estamos llamados a ser fieles a la misión que es nuestra: la salvación del mundo. Y de una manera curiosa, el único fracaso real es ignorar este llamado”.
¿Qué opinas de los límites entre la esfera pública ─el espacio para el ejercer la ciudadanía─ y la esfera privada ─el espacio para ejercer nuestras creencias de manera opcional?
En principio parece una distinción clara y muy razonable. Pero como todas las categorías sociales, tiene también sus espacios de fluidez e indefinición.
Por ejemplo, a los mismos que nos indigna la intromisión de obispos y cardenales contra la Ley de Sociedad de Convivencia, o el derecho a la maternidad voluntaria, nos pareció del todo elogiable el testimonio público de fe del obispo anglicano Desmond Tutu contra el inhumano sistema racista del Apartheid en Sudáfrica, y más recientemente a favor del acceso al matrimonio de las parejas del mismo género.
La religión, con todo el peso político que pueden tener determinadas jerarquías de las comunidades de fe, debe expresarse religiosamente, a través del testimonio, más que de la mercadotecnia y la manipulación. Nuestra fe individual sin duda puede y debe tener consecuencias sociales. Si nuestra fe no sirve para traer algo de justicia y amor al mundo ¿para qué serviría entonces?
En palabras de Albert Camus en Los Almendros (1940):
Tenemos que remendar
lo que se ha desgarrado,
hacer que la Justicia sea imaginable en un mundo
tan evidentemente injusto,
que la felicidad tenga algún sentido
para los pueblos envenenados por la desdicha del siglo.
Naturalmente, es una tarea sobrehumana.
Pero se llama sobrehumano
a las tareas que los hombres tardan mucho en llevar a cabo:
eso es todo.
¿Qué opinión te merecen las recurrentes críticas de El Vaticano al proceso de secularización en muchos países, especialmente de Europa?
Es curioso el aire ‘contracultural’ que pretende imprimir a sus propuestas el jerarca de una de las instituciones sociales más centrales en la historia occidental. Es perceptible en la teología de Ratzinger una insistencia importante en diferenciar la revelación religiosa de todo otro campo de la reflexión secular, que le parece irremisiblemente perdido en la oscuridad de Dios. Esta visión parece un claro retroceso respecto a la posición asumida por el Sínodo de los Obispos en 1971, que declaró que no sólo era necesario que la Iglesia promoviera los derechos humanos, sino que era una obligación dictada por el Evangelio.
A diferencia de la propuesta de Hugo Grocio (1583-1645), en el sentido de que deberíamos legislar “Como si Dios no existiera”, la propuesta de Ratzinger parecería ser exactamente la contraria, que deberíamos legislar “Como si Dios existiera”. Vivir “como si Dios existiera”, puede ser una propuesta existencial más o menos interesante, pero la legislación debe reconocer positivamente la pluralidad de la sociedad y sustentarse en hechos establecidos. Más que pretender obtener leyes absolutas promotoras de toda virtud, el objetivo legislativo debe ser ofrecer un marco razonable y equitativo para todas y todos. En un Estado moderno no es función del Estado imponer un concepto del bien.
Por lo demás, la alternativa ofrecida al ‘relativismo’ que Ratzinger reprocha a las sociedades secularizadas parece ser sólo su absolutismo, dado que el centro del dogma católico es el principio de autoridad personal papal. Para contrarrestar el ‘relativismo’ moral parece más razonable asumir que los derechos humanos representarían la voluntad de Dios en la tierra.
En palabras de Henry David Thoreau (1817-1862):
Debemos aprender a despertarnos de nuevo y a mantenernos despiertos, no a través de ayudas mecánicas, sino por una infinita expectativa del amanecer.
¿Qué características requieren desarrollar las religiones para persistir, considerando un futuro deseable de sociedades democráticas y secularizadas y con Estados laicos?
Retomo inicialmente la reflexión del gran filósofo y ministro unitario, Ralph Waldo Emerson (1803-1882): “La verdad que se utiliza como un arma, deja de serlo”. Los credos religiosos son finalmente armas institucionales, por ello difícilmente pueden ser vectores de la Verdad.
Dejemos que nuestras vidas prediquen. La religión se demuestra con el testimonio, no con el lavado cerebral proselitista, ni con la imposición de una moral dogmática a toda la sociedad.
Necesitamos que la práctica de la religión se base en el respeto irrestricto a la libre conciencia. Mi verdad religiosa es probablemente la mejor para mí, pero no necesariamente ha de ser por ello una regla común obligatoria para toda la humanidad. Urge fortalecer un movimiento que, así como el movimiento por los derechos de los consumidores, y en respuesta al avance de los fundamentalismos, impulse una cultura de mayor exigencia y reflexión entre los consumidores del mercado religioso. En palabras del gran teólogo unitario de la ética social, James Luther Adams (1901-1994): "Una fe no examinada no vale la pena de ser sostenida".
Y finalmente, en palabras de Henry David Thoreau:
Qué es la Guerra humana sino sólo esto; un esfuerzo para hacer que las leyes de Dios y la naturaleza se alineen con un grupo.
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