En su libro —un éxito de ventas—, El final de la fe, Sam Harris ofrece una perspectiva sombría sobre las consecuencias de la creencia religiosa. "En tanto que sea aceptable que una persona crea que sabe lo que Dios quiere que todos en la tierra vivan", escribe, "seguiremos asesinándonos los unos a los otros por causa de nuestros mitos".
Si Harris se limitara a demostrar cómo la fe de algunos musulmanes los ha conducido a los bombardeos suicidas, las decapitaciones, y a los asesinatos masivos en el World Trade Center, su tesis no sería terriblemente polémica en los EUA. Pero su crítica de la fe religiosa es mucho más amplia —y pega mucho más cerca de casa.
"Es hora de que reconozcamos", escribe, "que todos los hombres y mujeres razonables tienen un enemigo común. Se trata de un enemigo tan cercano a nosotros, y tan engañoso, que guardamos silencio incluso aunque amenace destruir la misma posibilidad de la felicidad humana. Nuestro enemigo no es otro que la fe misma". Aunque, prosigue, "sigue siendo tabú criticar a la fe religiosa en nuestra sociedad, o incluso señalar que algunas religiones son menos tolerantes y compasivas que otras. Lo peor en nosotros (el engaño absoluto) ha sido elevado más allá del alcance de la crítica, mientras que lo mejor (la razón y la honestidad intelectual) debe permanecer oculta por miedo a ofender".
Harris señala con alarma la influencia de la derecha cristiana en los Estados Unidos. Los reconstruccionistas cristianos —una de las facciones más espantosas y radicales de la derecha religiosa, que enseña que los homosexuales deben ser ejecutados— pueden tomar el teléfono y hablar con al asesor principal de Bush, Karl Rove, en la Casa Blanca. Pero este deslizamiento de la nación hacia la teocracia no es culpa sólo de los fanáticos, según sostiene Harris. Los moderados religiosos, cegados por su misma moderación, comparten la culpa. "¿Cuándo fue la última vez que alguien fue criticado por no 'respetar' las creencias infundadas de otra persona sobre la física o la historia?" pregunta. "Las mismas reglas deben aplicarse también a las creencias éticas, espirituales y religiosas".
Hasta este punto, los unitarios universalistas que lean este libro podrían estar inclinados a ovacionarlo. Después de todo, el historiador Earl Morse Wilbur (1866-1956) identificó la razón, la libertad y la tolerancia como los valores centrales de la tradición unitaria —y si hemos dejado de citar esta triada histórica no es porque nos hayamos vuelto intolerantes, sino porque sentimos que la tolerancia no iba lo suficientemente lejos. Tiene un tufillo de condescendencia, se puso de moda decir: No sólo debemos tolerar a otras fes, sino tratarlas con respeto. Harris piensa que esto no sólo es equivocado, sino peligroso.¿Acaso la crítica de Harris se extiende incluso al unitarismo universalista? Dado que no menciona a nuestra denominación religiosa en su libro, lo llame para averiguarlo. Su respuesta inicial fue reconfortante. "Si pudiera convertir a todo el mundo en unitario universalista agitando una varita mágica", comenzó, "estaría tentado a hacerlo, pues dudo que en ese caso la gente estrellara aviones contra los edificios, ni hiciera explotar a niños en las esquinas, ni supeditara la política exterior de los EUA a los dictados de presuntas profecías bíblicas".
También reconoce sobre una base exclusivamente pragmática que el hecho de ser parte de lo que imprecisamente se llama una comunidad de fe puede ser una fortaleza, dado que "en la medida en que los UU extienden un respeto universal a todas las diversas fes, podrían ser capaces de formar parte del diálogo [interreligioso]." Sin embargo, añade, "podemos hablar sobre la ética y la espiritualidad sin hacer ninguna referencia a las antiguas tradiciones de fe. Debemos dejar atrás el asuntillo de la religión y hablar sobre lo que es verdad ética y espiritualmente". Hacer menos que esto es "moral e intelectualmente sospechoso".
En cuanto a la noción común entre los UU de que todas las fes compartirían un núcleo ético, dice: "Los liberales religiosos tienden a creer . . . que si tan sólo se consultaran los libros sacros con más cuidado, si leyeras el Corán y la Biblia como deberían leerse, obtendrías una teología moderada. Ellos creen que la gente como Osama bin Laden y Pat Robertson tienen una perspectiva distorsionada de la religión. No creo que haya ni una pizca de evidencia para esto".
"En tanto que son reacios a criticar la irracionalidad y el sectarismo", añade, "no ofrecen lo que la sabiduría y la razón podrían ofrecer. Nadie gana puntos por no hablar, y en la medida en que sean reacios a ofrecer un contraste religioso, ceden el campo a los dogmáticos. Su posición es que todas las posiciones religiosas pueden verse bajo una luz universal, que podríamos destacar las virtudes comunes de la paz, la justicia y el juego limpio. Pero hay un límite a esa clase de discurso, debido a que hay creencias que llevan a la gente a hacerse explosionar en público y otras que no, y esa distinción se convierte en algo cada vez más relevante".
Tendríamos que aplicar este criterio incluso a los esfuerzos de Thomas Jefferson por compilar una versión del Nuevo Testamento sin dogmas ni milagros sobrenaturales; también al hecho de que se muestren en las iglesias UU los símbolos de las principales religiones en una búsqueda sincrética de la verdad. Harris también proscribe "la reconfortante noción" de que la intolerancia de otros no sería una amenaza. La única razón por la que la gente que cree en la inerrancia de sus respectivos libros sagrados ya no mata a los que le parezcan herejes es que los modera la ley civil —al menos en nuestra sociedad: En algunos países, señala Harris, los musulmanes todavía lo hacen. Aunque no logren asesinar, los religiosos dogmáticos en nuestra sociedad todavía pretenden silenciar a quienes no están de acuerdo con ellos.
"La certidumbre sobre una próxima vida es incompatible con la tolerancia en este punto", escribe Harris, y quienes deseemos practicar la tolerancia nos habremos desarmado a nosotros mismos al aceptar el tabú de que sería descortés criticar la fe de otra persona. "Cuando tu enemigo no tiene escrúpulos", resume Harris, "tus escrúpulos se convierten en otra arma a su disposición". Este es el doloroso desafío con el que Harris afronta a los liberales religiosos: La autocensura nos silencia con tanta efectividad como lo haría la censura gubernamental.
¿Tiene Harris la razón? Uno de los más gloriosos momentos de nuestra historia denominacional fue en 1568, cuando el humanista húngaro y dirigente religioso unitario, Ferenc Dávid, se presentó ante la Dieta de Torda y abogó exitosamente, junto con el Príncipe Juan Segismundo de Transilvania, para proclamar la tolerancia religiosa en el principado [en la primera proclama de libertad religiosa en Europa, conocida como el Edicto de Torda]. En el resto de Europa declararse protestante bajo un rey católico, o católico bajo un príncipe protestante era arriesgarse a ser ejecutado. Y si eras librepensador, tal como Miguel Servet lo pudo comprobar en 1553, ambos bandos hacían felizmente causa común para quemarte en la hoguera.
Así que ahora, en tanto que la libertad, la razón y la tolerancia se encuentran sitiadas en nuestra sociedad, ¿acaso la autopreservación obligaría a los liberales religiosos a abandonar nuestro cometido de tolerancia religiosa?
El Revdo. Dr. William R. Murry, un destacado ministro UU que anteriormente presidió uno de los 2 seminarios unitarios de los EUA, la Meadville/Lombard Theological School en Chicago, dice: "Me impacienta un poco el concepto de que deberíamos tolerar a todas las religiones debido a que la gente tiene derecho a tener sus propias creencias. Si una religión se basa en la ignorancia, la irracionalidad y el totalitarismo, no es necesario hacerse a un lado y pretender que todo estaría bien. Lo que yo diría sobre la tolerancia es que no podemos tolerar la intolerancia". No es sorprendente que Murry considere a El final de la fe un gran libro en muchos sentidos y que recomiende que se lea ampliamente. "Espero que inicie una conversación nacional", dice Murry.
Luego de que el Huracán Katrina golpeó la costa del Golfo de México el año pasado, el Revdo. Bruce Southworth predicó un sermón para la Iglesia Comunitaria de la Ciudad de Nueva York sobre los desafíos de la tolerancia. Citó a Voltaire —"Aquel que puede llevarte a creer en absurdos, puede llevarte a cometer atrocidades"— y señaló los espantosos comentarios del Revdo. Bill Shanks, un pastor de Nueva Orleans, a quien le regocijaba que debido a la catastrófica tormenta la ciudad estaba "ahora libre, tanto de aborto, como del carnaval".
"Estoy convencido", dijo Southworth, "de que somos libres, cada uno de nosotros, de creer lo que queramos, ustedes, yo, el Revdo. Shanks . . . aunque acechan los peligros puesto que temo que hay una buena medida de verdad en las palabras de Voltaire".
Pregunté a Southworth su opinión sobre la acusación de Harris de que promover la tolerancia religiosa desarmaría a los moderados y liberales religiosos. No necesariamente, contestó Southworth. Por ejemplo, el teólogo pionero unitario en los EUA, William Ellery Channing, promovió la tolerancia y criticó el trinitarismo. Hoy en día, reconoce Southworth, la crítica de Channing hacia la "ortodoxia" podría no ser considerada cortés o aceptable; desde luego, "algunos de nosotros podríamos [permitirnos incurrir] en alguna clase de tolerancia descuidada del 'todo se vale'". La tolerancia debe extenderse todo lo que sea posible en cuanto a lo que la gente cree, sugiere Southworth, pero no necesariamente hacia las acciones que surgen de esas creencias. "Hay algunas creencias que escasamente podemos tolerar, pero que, sin embargo, hemos de tolerar debido a las complejidades de los derechos en la sociedad —en tanto que no se conviertan en acciones".
El Revdo. William G. Sinkford, presidente de la Asociación Unitaria Universalista de Congregaciones (UUA), discrepa de Harris. Hacer cualquier cosa que no sea respetar las creencias de los otros, incluso las que desafían las propias, incluso las que desafían nuestro derecho a existir, dice Sinkford, resultaría "violatorio de nuestros principios religiosos de manera tan grave que simplemente no sería una opción. Debemos seguir como somos en tanto que gente religiosa. La clase de discurso que menos ayuda nos presta es el que trataría de probar quién tendría teológicamente la razón".
Al señalar que vivimos en una sociedad altamente pluralista con muchas fuentes de autoridad religiosa, Sinkford expresa la esperanza de que "podemos empezar a avanzar hacia un modo de ser gente religiosa que no signifique pelear por proclamarse como propietarios de la posición 'correcta', sino que entienda que el pluralismo que vivimos puede enriquecernos a todos".
Sinkford accedió a su actual puesto en 2001 con la visión de que la UUA debería participar más activamente en la esfera pública. Ha tenido algún éxito en la promoción de la igualdad matrimonial —una posición ampliamente compartida por los unitarios universalistas— al defender el derecho al matrimonio civil para las parejas del mismo género no como una cuestión política, sino moral. El lenguaje que utiliza, según explica Sinkford, no es el de un pleito con la derecha cristiana, sino que "para asegurarse de que haya suficientes voces liberales religiosas en el debate el discurso debe ser equilibrado". Si no somos escuchados, el discurso estará incompleto y el peligro será que la población amplia pensará que la voz fundamentalista sería la única voz religiosa. Reconoce que podríamos ser parcialmente responsables de esta situación, puesto que "es claro que la voz de la derecha religiosa ha sido potenciada por nuestra disposición a permanecer en silencio por tanto tiempo".
La posición de Sinkford parece apoyar lo que Harris llama la ventaja del liberalismo religioso para desafiar el dominio de la derecha cristiana sobre los medios debido a que podemos hablar desde una perspectiva religiosa. Pero Harris también dice que "invocar a Dios no es más racional que invocar a Zeus", y en tanto que los unitarios universalistas puedan tener una visión más benigna de la fe religiosa, finalmente —afirma Harris— "debemos dejar atrás la fe religiosa al llamar espada a la espada y mito al mito".
El final de la fe se une al creciente coro de voces que defienden las tradiciones racionales de los EUA seculares. También ayuda a forzarnos a los liberales religiosos a afrontar la acusación de que en nombre de la tolerancia habríamos permitido que los militantes dogmáticos dominaran el discurso religioso. Nos desafía a considerar que podríamos haber confundido la tolerancia con el relativismo y substituido el rigor intelectual por el sentimentalismo y el iluso pensamiento desiderativo [wishful thinking].
Puede que no todos coincidamos con el desafío de Harris, pero en palabras del presidente Sinkford, estamos firmes en nuestro cometido "de estar presentes para quienes necesitan que nuestra voz liberal se escuche".
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