18 de septiembre de 2008

Las virtudes de la herejía


Dado el 13 de agosto de 2000
Primera Iglesia Unitaria Universalista de Austin, Texas
4700 Grover Ave., Austin, TX 78756 www.austinuu.org



Revdo. Dr. Davidson Loehr
(Traducción, Francisco Javier Lagunes Gaitán)


Oración



¿Quiénes somos y qué creemos realmente? No en palabras escritas por otros, sino en nuestras propias palabras. ¿Quiénes somos, qué creemos realmente y cómo debemos vivir?

Si sólo nos ajustamos a las expectativas de otros, es muy fácil perdernos a nosotros mismos. Si sólo cuidamos de nosotros mismos, perdemos la conexión necesaria con la totalidad del mundo alrededor de nosotros.

Entre esta espada y esta pared se desarrolla nuestro dilema humano: quiénes somos y para quién somos. Esta mañana trataremos solo de la primera pregunta.

Todas estas preguntas son más profundas que sus respuestas. Necesitamos traer a nuestras mentes y corazones aquí a esta experiencia.

Empecemos a centrarnos durante estos momentos calmos de oración y meditación.



Sermón

Vivimos tiempos irritantes. Mucho de lo que una vez pareció cierto ahora se ha vuelto dudoso. Nos sentimos inseguros actualmente. Las cosas parecen no funcionar igual.

Matamos al planeta con nuestra avaricia e indiferencia, destruimos los bosques tropicales y la capa de ozono sobre nosotros. Destruimos cosas que no creamos y que no podemos reemplazar. ¿Cómo viven ustedes su vida en estos tiempos? ¿No hay alguna clase de terror cuando te detienes para hacer un inventario vital y te das cuenta de lo poco, de entre lo que antes dabas por hecho, que sigue vigente ahora?

¿Cuáles son los roles apropiados para las mujeres dentro y fuera de la de la iglesia, así como en la sociedad? ¿Y para las minorías? ¿Para gueis (gays), lesbianas y muchos otros? Teníamos las líneas trazadas al detalle hace una o dos generaciones y ahora parece que nadie se atiene a ellas. Las líneas están siendo redibujadas en tantas áreas que no podemos encontrar un patrón para ellas. No todas esas viejas líneas fueron buenas. Algunas fueron muy represivas e injustas. Pero los cambios aún parecen demasiado fundamentales.

Incluso la religión parece haberse ido al averno. Más que promover la paz, las religiones más vehementes del mundo promueven la guerra. Los militantes religiosos, desde los fundamentalistas islámicos a los sionistas intransigentes, los protestantes y católicos irlandeses, o la derecha religiosa de nuestro propio país (Estados Unidos de América) –todos ellos ansían fervientemente el poder militar, las posiciones agresivas de defensa, o un nacionalismo exacerbado que busca controlar o destruir a quienes se atraviesen en su camino, a todos los que no estén de acuerdo con ellos. Muchos dirigentes religiosos pueden predicar visiones celestiales de gran belleza en un mundo por encima de las nubes, pero parecen ansiar el control de este mundo y de sus riquezas como todos los demás. Y de todas las cosas que los conservadores, religiosos y políticos, no tolerarán –aparte de a la mayoría de los liberales, religiosos y políticos–, lo que menos tolerarán es la disidencia. La religión rara vez ha sido más completamente secular de lo que lo es hoy. Tras de las santas palabras, detrás de toda la palabrería sobre Alá, o Dios, o Jesús, están los apetitos agresivos, territoriales e imperialistas que, además de absolutamente profanos, resultan inquietantemente familiares.



Cuando el camino ante nosotros ha perdido su claridad, existen al menos dos direcciones que podemos tomar. Una es aferrarse todavía más firmemente a las viejas formas, reunir las mayores y más ruidosas multitudes y sacar a gritos el miedo que surge porque las viejas formas dejaron de funcionar. La otra ruta es arriesgarse en la búsqueda de nuevas verdades, incluso si esto significa ir más allá de las fronteras de lo confortable.

Este dilema de escoger entre un pasado sin vigencia y un futuro desconocido no es nuevo. Transcurre a lo largo de toda la historia humana y hace de nuestra propia era tan solo la más reciente variación de dos temas humanos que son probablemente tan viejos como nuestra especie.

Tal es el patrón: una vez tras otra, los humanos llegamos al límite de nuestras viejas formas de ver y hacer las cosas. Nos han quedado pequeñas sus respuestas y sus perspectivas ya no inspiran nuestras mejores virtudes, más bien empiezan a sacar a flote nuestros peores rasgos. Hemos superado los alcances de las viejas nociones y hay ahora obscuridad sobre la tierra. Podemos regresarnos o proseguir hacia delante.



La primera es la ruta de la ortodoxia; la segunda, la ruta de la herejía. Esta puede parecer una manera nada ortodoxa de usar estas dos palabras, pero no lo es, como se verá a continuación.

Retrocedamos un poco para así poder ver cómo ha operado este patrón a través de la historia. Una vez, hace mucho tiempo, la gente creyó que los hechos naturales tenían causas sobrenaturales. Los dioses hacían llover, crecer a los cultivos, salir al sol y ponerse a la luna. Fuerzas ocultas estaban detrás de todo y se requería a los sacerdotes y chamanes para apaciguar a los espíritus ocultos, para mantener todo funcionando bien.

Hace unos 2600 años un griego llamado Tales de Mileto (639 ó 624 AEC-547/6 AEC) apareció. Tales dijo que él no pensaba que los dioses estuvieran detrás de todo esto, que había causas naturales detrás de las cosas y que podíamos investigar esas causas. Entonces Tales pensó que todo estaba hecho de agua: que el agua, en sus múltiples estados y formas –y tal vez en sus humores– era la base de todo. No está claro que es lo que quería decir con esto. Tal vez intentaba decir que todo era fluido y que cambiaba sus formas como lo hace el agua que va de hielo a agua y a vapor. No lo sabemos. Pero ese no es el punto. El punto es que todos a su alrededor siguieron recitando la vieja historia de los dioses moviéndolo todo. Tales fue más allá de las fronteras establecidas y escogió un nuevo camino.

Creo que uno de los poemas de Robert Frost (1874-1963) contiene estas líneas:

“Dos caminos divergen en un bosque y yo –tomé el menos transitado, eso hizo toda la diferencia”.



Ahora, en nuestras vidas personales, sabemos cómo es esto. Todos hacemos un poco de esto para poder crecer, dejamos algunas de las costumbres de nuestros padres atrás y llegamos a ser quienes debemos ser. Y al hacerlo así, todos salimos de las fronteras aceptadas por nuestra familia y amigos de una u otra forma. Piensa en frases usuales como, dejar el nido, valerse por sí mismo, o incluso, dedicarnos a lo nuestro. Todos escogemos la vía menos transitada de alguna manera. Puede ser muy duro actuar así respecto a la familia. ¡Imagínate hacerlo con toda una cultura o con toda la historia! Puede ser peligroso.

Pero regresemos a los griegos. Un siglo después de Tales, a quien ahora se considera el primer filósofo, vino otro filósofo griego llamado Protágoras de Abdera (485 AEC-411 AEC), quien fue más allá: “Respecto a los dioses”, escribió él, “no puedo saber con certeza si existen o no... Muchas cosas impiden la certeza –la obscuridad de la materia y la cortedad de la vida” Hace 2500 años, eso era una herejía. ¡Muchos dirán que todavía lo es!

Luego de un siglo más, Sócrates (470 AEC-399 AEC) sería condenado a morir por sus creencias heréticas, por ir demasiado lejos de lo que parecía confortable a quienes le rodeaban, por elegir la vía menos transitada. El cargo contra Sócrates no era sostener las creencias adecuadas: él murió por haber elegido donde otros declaraban que las alternativas estaban cerradas.

Cuatrocientos años después otro hombre sería acusado de herejía y traición y asesinado. Jesús fue llamado hereje porque habló, según dijeron, “como alguien con su propia autoridad”. Él dejó el nido, buscó su propio camino y esto puede provocar temor si eres uno de los que se quedan atrás.



Hoy, muchos todavía los consideran a ambos, Sócrates y Jesús, como el mayor sabio y el mayor profeta, respectivamente, de la historia occidental. Estos dos herejes, podría decirse, compartieron suficiente luz antes de ser asesinados para ayudar a iluminar el camino de millones de personas que los seguirían. Los otros, aquellos cuyas creencias ellos dejaron atrás, ahora son vistos como ignorantes, de mentalidad estrecha o inclusive repugnantes.

Este es un patrón que se repite una y otra vez. Se trata del conflicto entre ortodoxia y herejía. Ahora que les he dado algunos ejemplos para poner un poco de carne sobre las ideas, permítanme definir estos dos términos. ¿Qué son estas palabras “ortodoxia” y “herejía”? ¿Qué significan? Ortodoxia significa “recta opinión” o “pensamiento correcto”. Vemos el prefijo “orto-” en palabras como “ortopedia” que es el arte de corregir o evitar las deformidades en tus huesos, o en “ortodoncia”, que trata de la corrección de las irregularidades en tu dentadura, o en una palabra más obscura como “ortografía”, que significa la forma correcta o convencional de escribir. De aquí que “orto-” significa recto, correcto, conforme, o aceptable. El sufijo “-doxia” se refiere a las creencias u opiniones. O como lo expresa un humorista del siglo XVIII, “La ortodoxia es mi doxia, la herejía es tu doxia".

Eso es lo que la mayoría de la gente piensa que herejía significa: creencia equivocada. Pero esto no es lo que significa. La palabra herejía viene del verbo griego que significa elegir. Elegir. Lo que herejía realmente significa es elegir, cuando las alternativas han sido declaradas cerradas por una ortodoxia. Significa ir más allá de las fronteras convencionales del grupo, buscar más luz donde otros te prohiben mirar.



Primero tenemos una ortodoxia. Primero tenemos este grupo de gente que tiene la inexplicable arrogancia de proclamar las creencias 'correctas' –que siempre parecen coincidir con sus creencias. Entonces tenemos a gente que escoge el camino menos transitado. Y ellos son, por definición, herejes. Y yo quiero decirles, tan fuerte y claramente como pueda, que la luz, el valor y la esperanza de la raza humana dependen de nuestros mejores herejes y que el mayor obstáculo al desarrollo personal y colectivo, espiritual o incluso científico, está en las ortodoxias.

Los herejes de ayer terminan como los santos, sabios y salvadores de hoy. Tales tenía razón: los dioses no impulsan de esa manera las cosas que nos rodean desde detrás de la escenografía cósmica. Protágoras tuvo la honestidad y el valor para adelantarse a su propio tiempo y al nuestro. Los desafíos de Sócrates a la autoridad vacía todavía se enseñan en las mejores escuelas para guiar a los estudiantes hacia una mayor luz, al tiempo que las parábolas y enseñanzas de Jesús han traído consuelo y gracia a incontables millones de almas anhelantes.

Pensemos en la cantidad de veces que estos dos temas se han representado en la historia. Los cristianos primitivos fueron llamados herejes y ateos por los romanos, debido a que no creían en los dioses ortodoxos romanos. Martín Lutero (1483-1546) fue llamado hereje por la Iglesia Católica Apostólica Romana (ICAR) y fue excomulgado cuando dio inicio a la Reforma Protestante en 1517. Miguel Servet (1511-1553) fue llamado hereje por Juan Calvino (1509-1564) por haber escrito un pequeño libro sobre los errores de la doctrina de la trinidad y fue muerto en la hoguera. La primera generación de menonitas, en el siglo XVI, fue llamada herética por los católicos, luteranos y calvinistas por igual porque afirmaron, con razón, que el bautismo infantil no se mencionaba en ninguna parte de la biblia, así que no debería considerarse un sacramento. Por negarse a aceptar el bautismo infantil, los menonitas fueron perseguidos y asesinados –por decirlo así– como herejes. Fueron demasiado lejos. Las posibilidades de elegir habían sido declaradas cerradas antes de que ellos terminaran de elegir.



Casi todas las figuras religiosas cuyos nombres son recordados todavía fueron conocidas como herejes en su día. Si queremos encontrar una salida a los absurdos de nuestros tiempos irritantes, debemos buscar, no en las ortodoxias que no pueden llevar a nadie adelante, sino hacia los caminos descubiertos por los herejes de hoy.

Ahora, detengámonos y seamos realistas por un minuto. Aunque es verdad que tenemos la libertad de elegir cualesquier creencias que queramos, eso no significa que cualquier creencia que escojamos será buena para nosotros, o sabia, o incluso saludable. También escogemos ideas torpes. Matthew Applewhite (del culto destructivo de la Puerta del Cielo) era un hereje cuando decidió que su grupo debería cometer suicidio colectivo para lograr que sus espíritus se transportaran a la Nave Madre (en un cometa). Él también era, pienso yo, un loco. Adolfo Hitler (1889-1945) fue un tanto herético en su proclamación de su pueblo como la Raza Superior y al usar su presunta superioridad como racionalización para el asesinato de millones de otros seres humanos. Él también fue, lo pienso así, perverso.

Aprender cómo elegir más sabiamente es parte de lo que la religión debería ayudarnos a aprender. Esto es cierto tanto para los religiosos conservadores, como para los liberales, aunque los dos grupos tienden a errar en direcciones opuestas. Los conservadores están preocupados esencialmente por la obediencia y la conformidad a las formas heredadas, así que cuando los conservadores pierden su camino, tienden a perderse de vista ellos mismos en su devoción al grupo. En dos palabras, el error de los conservadores tiende hacia el fundamentalismo en religión y al fascismo en política, que son dos versiones del mismo error, el error de seguir a un grupo de manera demasiado ciega, al tiempo que perdemos de vista nuestras necesidades únicas y nuestras diferencias. Los conservadores tienden a perder contacto con ellos mismos y con sus diferencias hacia su grupo.

Con los liberales, el error es el opuesto. Ponemos nuestro énfasis en nuestra libertad personal y en los derechos individuales. Así que nuestro error es definirnos a nosotros mismos de manera demasiado estrecha, exaltar alguna idiosincrasia de nosotros dentro del todo de nuestra identidad. Tendemos a olvidar que debemos devolver algo al mundo en su totalidad, mientras que no nos sentimos completos sino hasta que encontramos una forma de hacer una conexión necesaria y orgánica con la sociedad, así como con la historia. En tanto que los conservadores deben evitar deslizarse hacia el fundamentalismo y el fascismo, los liberales debemos evitar deslizarnos hacia el narcisismo y el egoísmo.

Sé que conocen estas cosas, pero no está de más repetirlas. Así que los herejes que elogio aquí son aquellos que no solamente han elegido su propio camino, sino que, en retrospectiva, han elegido también de una manera sabia.



Una ironía de la historia es que cuando los herejes atraen seguidores, sus seguidores casi nunca tienen las mismas creencias que los herejes.

Los herejes tienen una religión fundamentalmente diferente que la de sus seguidores. Pero es que Jesús no fue un cristiano, Lutero no fue luterano, justo de la misma forma que Marx no fue marxista, ni Freud freudiano.

Este mismo patrón existe en la historia de los unitarios. Piensa en los grandes nombres del unitarismo del siglo XIX: William Ellery Channing (1780-1842), Theodore Parker (1810-1860), Ralph Waldo Emerson (1803-1882), Henry David Thoreau (1817-1862). Todos estos hombres fueron herejes que eligieron el camino menos transitado, sin que les importase quién aprobaba o desaprobaba. No recitaron credos ni 'profesiones de fe' para obtener una identidad religiosa; actuaron bajo su propia autoridad. Ninguno de estos hombres habría permitido que sus creencias fueran expresadas por otra persona o grupo de personas.

William Ellery Channing fue un ministro congregacionalista que inició el unitarismo organizado en los EUA en 1825, cuando se rehusó a repetir los credos trinitarios de su Iglesia congregacionalista, nos encanta contar esta historia. Pero una historia igualmente importante sucedió al final de su vida, misma que sólo raramente contamos. Cuando la Iglesia Unitaria que él sirvió por cuarenta años desarrolló una declaración de creencias propia para exigirla a sus miembros, e intentó limitarle sus creencias a la declaración preparada por el grupo, prefirió renunciar a la iglesia.

También nos gusta reivindicar al destacado ministro Theodore Parker, mi unitario favorito del siglo XIX, por sus fuertes posiciones contra la esclavitud, por los derechos de las mujeres y por un entendimiento honesto de la religión. Pero Parker no era representativo de los unitarios de su tiempo. Él fue un hereje. Fue vetado por el resto del clero unitario y no se le permitió hablar en ningún púlpito de Boston debido a su radical oposición contra la esclavitud y otras posiciones liberales. Esto no le importó. Emerson, Thoreau –estos hombres que se definieron a sí mismos por ir más allá de las fronteras comunes establecidas y por encontrar una rara clase de luz negada para siempre a quienes se quedaron atrás.



Este proceso continúa hoy en día, en tanto que la Asociación Unitaria Universalista (UUA) gasta una gran cantidad de dinero para producir, promover y enseñar la más reciente encarnación nuestra fe grupal. Tenemos Siete Principios que se supone que ministros y directores de educación religiosa enseñan a su gente, para que su gente sepa quiénes son y qué creen. ¡No quiero abundar ahora en lo que es obvio, pero algo está seriamente equivocado aquí!

Identificamos esta religión con la religión de Channing, Parker, Emerson y Thoreau, quienes dedicaron sus vidas a luchar contra este señuelo de la identidad grupal. En tanto que especie, no importa lo que digamos, amamos las ortodoxias y la comodidad de los grupos de identidad y las fes grupales. Inventamos nuevas ortodoxias sacadas de la manga, incluso en iglesias liberales –aunque en las iglesias unitarias la mayoría de nuestras ortodoxias son políticas y sociales, más que teológicas.

Y así es que este no es un problema unitario, o católico, o cristiano. Las creencias ortodoxas, dicen los ortodoxos, contienen la esperanza para el futuro y la voluntad de cualesquier dioses, ideales o principios que ellos venden. Pero las creencias, una vez fijadas en credos, fórmulas y profesiones de fe, no son la esperanza del futuro. Más bien son el cadáver del pasado, disecado y homenajeado rutinariamente.

Pensemos en la concha de un nautilus. Seguramente conoces estas adorables conchas de este molusco marino, que vemos frecuentemente cortadas por la mitad para mostrar todos los pequeños compartimentos que fueron progresando en espiral. Cada pequeño compartimiento fue el hogar de un ser viviente. Conforme el animal crecía los viejos compartimentos fueron clausurados y fue construyendo otros nuevos y mayores. Todo lo que queda ahora es la concha y nos maravillamos con su belleza. Pero la concha nunca ha hecho nada. Está tan muerta como siempre lo ha estado. Algo viviente la dejó atrás cuando ya no la necesitó. Es un objeto bello, una concha de nautilus, pero la vida que la creó ya se ha ido y ahora nada puede vivir en ella, puesto que todos los pequeños compartimentos están sellados.



Eso es lo que las ortodoxias religiosas llegan a ser. Son como los compartimentos cerrados de una concha de nautilus. Pueden ofrecer alguna clase de afiliación a un club al que sus integrantes deban ajustarse, pero no pueden ofrecer vida.

Olvidémonos de la teología y la historia por un momento. La verdad de las cosas que digo es inmediata y está dentro de ti. Es parte de lo que significa vivir como un ser humano. Puedes probar estas cosas a partir de tu propia vida.

Recuerda las veces en que dejaste atrás partes de tu pasado –¡todos lo hemos hecho!– Estos fueron los momentos en los que finalmente mostraste el espíritu, el valor, para deshacerte de reglas heredadas que ya no te servían más. Superaste la religión de tus padres o tus conocidos, finalmente rebasaste los horizontes de entendimiento de tu familia, amigos o maestros y elegiste el camino menos transitado y diste un paso hacia un aire tan fresco que por primera vez en tu vida fuiste capaz de aspirar profundamente con una verdadera sensación de plenitud. ¡Nunca lo olvidarás! Fue un momento sagrado y lo sabes aún ahora.

Ese fue tu momento de herejía –y eso es fresco, aire de primera mano que solo los herejes habrán de respirar. El resto, los ortodoxos, consiguen aire de segunda mano, porque ellos respiran a través de la nariz del grupo. Eliges donde aquellos a tu alrededor carecieron de la visión o del valor para elegir. Y eso duele. Si te importaba esa gente, si te proporcionaba consuelo la seguridad de ese mundo, duele dejarlo. Lo recuerdas. Pero en ese momento renaces. Ya naciste de nuevo, ya naciste del Espíritu Santo: ¡Eso es lo que significa la frase! En ese momento sentiste el espíritu de la vida misma moverte. Es en estos momentos, en estos preciosos, ansiosos y valientes momentos cuando hacemos las elecciones difíciles pero necesarias que nos alejan de la obscuridad hacia la luz –es en estos momentos en los que reside mucha de la esperanza de la raza humana.

Vivimos tiempos irritantes. Las cosas se han puesto volubles y los cimientos tiemblan bajo nuestros pies. Hay quienes regresan y quienes prosiguen adelante: los ortodoxos y los herejes. La esperanza del futuro está con los herejes. Está en todos y cada uno de nosotros, porque todos estamos en la frontera entre el pasado y el futuro, entre la imitación y la innovación, entre la fe de segunda mano de un grupo y la herejía de primera mano de nuestras propias y honestas mentes y almas.

Requiere valor elegir donde otros temen aventurarse. Es, otra vez, como la concha del nautilus. Los pequeños compartimentos que quedan atrás en su cuidada y ordenada espiralita, son muy bonitos. Pero todos están muertos; siempre lo estuvieron. Sólo la cámara abierta, la que se abre hacia lo desconocido, podría contener vida. Y así sucede con nosotros, amigos míos. Así es con nosotros.





Davidson Loehr: Las virtudes de la herejía


No hay comentarios: